El otro día tuve la sesión número 7 con una clienta. Estábamos trabajando su divorcio y las consecuencias emocionales que le estaba trayendo algunas acciones aún a día de hoy.
El proceso estaba yendo con unos grandísimos avances, estaba encontrando muchas herramientas nuevas en un proceso de gran toma de consciencia. Ella misma estaba abrumada de la cantidad de información que estaba descubriendo y pudiendo armar en su puzzle.
En esa sesión algo diferente estaba a punto de pasar y me explico.
Durante toda la sesión, conectó con un momento pasado que contaba con detalle, con un elevado detalle de esa situaicón súmamente descrito a niveles elevadamente íntimos.
Se estaba sintiendo aliviada y sorprendida a la vez, era la primera vez en todo el proceso que ella se sentía con la confianza de contar tantos detalles, pero en un determinado momento hubo un silencio largo tras el que expresó:
Paloma no es justo que no me haya pedido perdón por todo lo que me hizo pasar. Es muy injusto que no sienta ningún remordimiento, aunque sea solo por lo que me quiso.
En ese momento me quedé sorprendida. Era un decreto inesperado pero cogí el hilo y empecé a desatarlo con el procedimiento habitual.
¿Qué es la injusticia?
Es una mirada dual entre dos estadios: lo que tengo y lo que debería tener. Así mismo y desde mi punto de vista la justicia es la aplicación de normas en igualdad de condiciones ( y ahí es donde nuestra mirada se enturbia a través de nuestra propia mirada)
Cuando «algo» es injusto, lo es porque ante una situación de desigualdad de posiciones donde una de las partes es dependiente o inferior a otra, y ejercemos un daño a través de esa superioridad, eso es injusto.
Cuando un adulto infringe un daño a un niño, eso es injusto. Las condiciones de un niño y su vulnerabilidad y dependencia como tal, hace que la relación respecto al adulto sea hace que la relación no sea horizontal, y por tanto si el adulto abusa de esa jerarquia se produce esa llamada injusticia.
Pero ¿qué pasa entre adultos? Entre adultos no existe la necesidad vital y dependiente al otro. En el adulto no existe esa dependencia real, y no existe no porque a veces no te sientas vulnerable, dependiente o inferior, no existe en la dependencia vital, solo existe en nuestra mente dañada, en nuestra mente herida pero,
Otra cosa es lo que tu mente te grita alto y fuerte.
Otra cosa es tu mirada desde tu antiguo consciente, ese que actúa casi en modo automático y te dice que eres inferior al otro.
Otra cosa es que tu creas que es injusto como te tratan, porque deberían saber que eres inferior al otro y tratarte con mucho mimo y cuidado.
¡De eso nada mi vida, se acabó!
No creas que a esa conclusión he llegado de la nada.
Me pasé muchos años de mi vida creyendo que los demás eran injustos conmigo y sufriendo con un tremendo dolor por no atreverme a mirar desde otro lugar.
Ese que me contara que no estoy en un lugar inferior a nadie, ese que me hubiera contado que no soy débil o ese que me dijera que los demás deberían saber que me estaban humillando.
Y te diré algo más. La única injusticia que cobra relevancia, es la que sin saberlo cometemos con nosotras mismas porque nos estamos ubicando en un lugar inferior al que merecemos.
Sin saberlo, estamos convencidas de que tenemos valor, estamos convencidas de que no podremos, de que somos lo que tanto tiempo nos han ido diciendo acerca de nuestras carencias y acabamos perdiendo absolutamente toda nuestra identidad.
La mayoría de personas que trabajan conmigo, tienen muy claro este factor tan determinante, el de estar convencidas de haber perdido su identidad.
El amor propio, la identidad como mujer, tu propia personalidad, tus valores, tu orgullo de ser cómo eres y lo que eres, tu autoconcepto.
Para ello, construí el Programa Crea tu Amor Propio que puedes acceder a él en cualquier momento del año, para que lo desarrolles a tu ritmo y para que de una vez por todas recuperes tu identidad, tu autonomía, tu amor propio y tu confianza.